¿Inclusión forzada o exclusión normalizada?: La representación de la diversidad en la industria cinematográfica
Stephanie Cortez López - - 1 5563 ViewsEscrito por Stephanie Cortez, integrante de la Comisión de Diálogos Humanos del Equipo de Derechos Humanos
“¡Es inclusión forzada!”. Esta frase es la más comentada cada vez que se anuncia la existencia de un personaje diverso en una producción de Hollywood. Los ánimos se alteran aún más cuando dicho personaje es protagonista de la misma o si dicho personaje es una adaptación de algún clásico de nuestra infancia que recordamos con tanto añoro. Esta situación lleva a la cuestión: ¿por qué existen reacciones tan fuertes y negativas cuando de inclusión en la pantalla (grande o chica) se trata? A pesar de que mucha gente alega al realismo como respuesta inmediata, parecen olvidar que la realidad que los rodea está pintada con una infinidad de matices y que incluso la ficción es reflejo de nuestro presente. La diversidad sería un recurso para darle mayor verosimilitud a su historia y su universo, ¿entonces por qué un grupo considerable lo siente como si estuviera forzado? A pesar que los prejuicios sustentan dicha postura, sería reduccionista reducirlo a ello, más aún cuando la propia industria cinematográfica es responsable de dicha percepción.
El punto de partida del cine data del 28 de diciembre de 1895, en París, con la proyección de las primeras películas de los hermanos Auguste y Louis Lumière. Es uno de los inventos pertenecientes a la Segunda Revolución Industrial, en el seno de la burguesía europea, por lo que fue en este contexto en que se produjo su desarrollo y, por ende, este mismo grupo fue el que ostentó la narrativa de dichas producciones [1]. En toda producción cinematográfica proveniente de dicha época, ya sea actuada o animada, podemos encontrar un patrón que se repite en las historias: el lugar en que se desarrollaban los hechos, la posición socio-económica al que pertenecían los protagonistas y los personajes de su entorno, el tipo de discurso que los mismos emitían [1], pero especialmente, el estricto reflejo de la “normatividad” europea desde el inicio al fin de la misma. Esto último se podía evidenciar en que el protagonista en todos los géneros cinematográficos, salvo el de romance y las animaciones de princesas, tenían como protagonista al típico hombre blanco perteneciente a todos los grupos sociales privilegiados, al igual que los personajes hombres de su entorno, los cuales eran los únicos que son genuinamente personajes y no simples arquetipos, salvo contadas expresiones donde personajes fuera de esta norma tenían más tiempo en pantalla y mayor contacto con el protagonista.
Por otro lado, existía poca o nula representación de los grupos no socialmente privilegiados en las producciones cinematográficas pioneras. Raramente se podía encontrar un personaje de estos grupos con un tiempo decente en pantalla y que fueran relevantes para la narrativa. Lamentablemente, la diversidad en los personajes de dichas producciones estaba condenada a ser simples arquetipos o, en el peor de los casos, a la censura. El primero de los casos se producía con los grupos que era imposible de ocultar, pues eran parte de la cotidianeidad de los grupos privilegiados europeos, tales como las mujeres, las personas negras o las pertenecientes a clases socioeconómicas inferiores. Sin embargo, a pesar de ocupar un espacio en la pantalla, dichas apariciones se reducían al rol que cumplían en la vida de los protagonistas o personajes pertenecientes al grupo privilegiado [2]. En este sentido, las mujeres estaban reducidas a ser las esposas o interés amoroso de los mismos, las personas negras a ser sus esclavos o sirvientes y las personas pobres a ser un elemento decorativo del escenario o la desgracia en la que podía caer alguno de los personajes en dicha narrativa. No tenían un desarrollo propio, a diferencia del resto de personajes, y al ser modelos basados en las creencias en torno a ellos, no era posible encontrar diferencia con los “personajes” de su mismo grupo pertenecientes a otras obras cinematográficas. Por ello, en este contexto no se podía hablar de una auténtica representación de los mismos.
El segundo caso, la censura, fue lo que tocó a los grupos peor marginados de la sociedad, como las personas de distinta orientación sexual, transexuales, de cuerpos diversos, con alguna discapacidad, neurodivergentes, familias no nucleares, etc. A diferencia de los primeros, a ellos no les tocó espacio alguno en la gran pantalla ni en la chica en sus inicios. Sin embargo, dicha censura no se reducía solamente a las obras audiovisuales, sino también en la sociedad. Debido a que dichos grupos eran minorías, borrarlos del mapa e imponer la norma fue más sencillo para el grupo privilegiado dominante, excusando sus prejuicios en el pecado que ellos cometían o lo incómodo que era para ellos tener interacción con estos grupos [3]. En el entorno social, estas personas vivían en las sombras, intentando ajustarse a la norma impuesta o forzándoles a pertenecer a la misma [4]. No es sino hasta décadas después que empezaron a aparecer personajes de dichos grupos, en un momento donde la comunidad LGBT y los grupos con discapacidad luchaban por su visibilización y aceptación en la sociedad. Sin embargo, dicha representación no se dio de la manera deseada, sino como elementos humorísticos en que ellos eran objeto de burla [5].
Al igual que en el caso anterior, la representación de estos grupos se limitó a los arquetipos construidos sobre la base de creencias y prejuicios que tenían los grupos privilegiados sobre ellos. Peor aún, no faltó mucho tiempo antes de que los espacios audiovisuales se volvieran otros centros de opresión para los grupos vulnerables. No solo los tomaban como recursos humorísticos, sino que recurrían muchas veces a la deshumanización de dichos personajes [6]. Ello se realizaba con el recurso de la hipérbole, es decir, se acentuaban de forma exagerada características “propias” de dichos grupos, ya sean físicas (en el caso de personas racializadas o con discapacidad) o conductuales (en el caso de las personas LGBT+) para contrastarlo con la norma y la visión ideal que tenían sobre sí mismos. Además, la gran mayoría de estos no eran representados por personas pertenecientes a los grupos vulnerables referidos, sino por otras personas privilegiadas y disfrazadas de forma grotesca para hacer uso de dicho recurso narrativo [6]. Ejemplo de ello es el blackfacing o el crossdressing para representar a las personas racializadas y LGBT+, respectivamente. Por lo expuesto, dichas producciones audiovisuales fueron una herramienta política para mantener la normatividad europea y fomentar la visión sesgada que tenían sobre la realidad, más no era reflejo de la auténtica realidad que los rodeaba.
En este contexto, es pertinente abordar los efectos que ha tenido este tipo de representación en los grupos dominantes y en los afectados. Por un lado, las infancias que crecieron consumiendo este tipo de contenido interiorizan los escenarios y personas de dichas producciones como la auténtica realidad que los rodea [7]. Los niños aún son muy jóvenes como para diferenciar la realidad de la ficción y de actuar conforme a la moral y a la ética, por lo que solo van a reproducir los discursos y comportamientos a los que se ven expuestos de forma continua. Dichos programas pasaron a ser referentes de las infancias cuando pronto cada hogar tenía por lo menos un televisor. En consecuencia, normalizaron también el trato nocivo que dichos programas o películas dan hacia esos personajes que son diferentes a ellos y los reprodujeron en sus futuras interacciones con personas reales sin que dicho comportamiento sea señalado o corregido por sus figuras de autoridad. De esta manera, se perpetuó el trato discriminatorio y la posición dominante de los grupos privilegiados en la escala social.
Por otro lado, los grupos vulnerables, quienes también crecieron consumiendo este tipo de contenido, fueron los afectados directamente por la legitimación del trato degradante hacia ellos. Al igual que el grupo dominante, ellos también normalizaron dicho trato y la visión que el primero tenía sobre ellos. En una parte considerable, ello produjo la desasociación de su propia persona respecto a los grupos vulnerables al que pertenecen [8]. Los personajes de grupos vulnerables, a diferencia de los que no lo eran, no fueron construidos para generar empatía o identificación de parte de su audiencia, pues este no era su público objetivo. Dicha situación no cambió aunque la audiencia creciera y los grupos socialmente vulnerables formaran parte de esa audiencia. De esta manera, ellos empatizaron con los protagonistas socialmente privilegiados y a lo largo de su vida buscaron ser parte de ese círculo, aunque ello implicó reproducir y perpetuar las estructuras de poder que les perjudicaban. En los otros integrantes que no pudieron desasociarse, igualmente interiorizaron dicha normatividad y normalizaron el trato denigrante que recibían con sumisión. Después de todo, eso era lo normal en esa época.
Sin embargo, a mediados del siglo XX se produjo un levantamiento de los sectores sociales marginados, en busca del reconocimiento de sus derechos y la igualdad de su persona respecto a los grupos privilegiados. Dicho cambio en el escenario social no pasó desapercibido para el mundo cinematográfico, lo cual se vio reflejado en las producciones de Hollywood. Aparecieron los primeros personajes femeninos que salían de los roles de género y personajes racializados con desarrollo, que no se limitaban a roles de servidumbre o elementos de mofa. Usando de ejemplos a las producciones de Disney, están Aladdin (1992), Pocahontas (1995), Mulán (1998), cuyos personajes femeninos salieron del papel de damisela en apuros que Disney le dio a sus protagonistas femeninas en todo este tiempo. Respecto a personajes racializados, tenemos películas como Cambio de hábito (1992), Milagros Inesperados (1999) y series como El príncipe del rap (1990), que cuentan con personajes racializados bien desarrollados, que escapan también del rol de servidumbre al que habían sido limitados por tanto tiempo. A partir de ese momento, dejaron de ser un recurso para convertirse en personajes auténticos.
La diversidad que muestran las obras cinematográficas no se queda solamente en la pantalla. Así como la realidad influyó para la representación de una auténtica diversidad en el cine, el cine influyó en la recepción de la diversidad en la realidad. Al representar a los grupos históricamente discriminados con la misma relevancia y humanidad que los demás personajes, y mostrar sus relaciones con estos de forma horizontal, da un mensaje claro y positivo a su audiencia: el deber de respeto por la diversidad y tener de punto partida la igualdad en cada una de nuestras interacciones. Asimismo, para la audiencia de los grupos vulnerables (especialmente los más marginados), dicha representación significó el reconocimiento de su existencia como parte de la realidad cotidiana. Implicó verse a sí mismos en una pantalla al fin, ver lo que son y no una aspiración a alcanzar, ver que su existencia es válida sin tener que ser parte de la norma.
No obstante, a pesar de que la representación de la diversidad suena prometedora, se ha encontrado con el rechazo de un grupo considerable de personas, que ante la aparición de un personaje diversos en una película, se golpean el pecho y exclaman que es inclusión forzada. Dicho término refiere a la creencia de que la representación en estos medios es una imposición ideológica respecto a la cual la industria cinematográfica no debería tomar partido [9]. No obstante, dicha afirmación pierde sustento al revisar la historia del cine: la diferencia abismal entre los personajes privilegiados respecto a quienes no lo eran, el borrado de su misma existencia en esos espacios y las relaciones verticales que se construían entre ellos daba un mensaje peligroso de normalización de las desigualdades sociales, el cual influyó en las interacciones reales de la audiencia. Así, el mundo audiovisual desde siempre ha sido una herramienta política y no solo desde que se buscó una representación auténtica.
La inclusión forzada, más que una realidad, es un gran malentendido de la audiencia [9]. La percepción de sentir esta diversidad como forzado es causado por 2 factores. El primero recae en la propia audiencia: por más de un siglo (e incluso hasta la actualidad), estábamos acostumbrados a encontrar un tipo de contenido y un tipo de interacción con los grupos vulnerables. La representación de la diversidad de hoy en día puede generar incomodidad, pues los personajes diversos salen del arquetipo al que nos habíamos acostumbrado y tienen más visibilidad y tiempo en pantalla, puesto que han escalado hasta ser personajes principales e incluso protagonistas. Se muestra una normalidad diferente a lo que ellos concibieron y, por lo mismo, les cuesta aceptar que es un reflejo más fidedigno de la realidad en que viven.
El segundo factor recae en la industria cinematográfica: la falta de habilidad para escribir personajes diversos [9]. A pesar de que hoy en día existe una apuesta en pos de la diversidad, las posiciones de poder dentro de la industria siguen recayendo en personas socialmente privilegiadas, al igual que antaño. Así como la audiencia está acostumbrada a ver un tipo de realidad, las personas dentro de la industria están acostumbradas a reflejar la realidad desde esa perspectiva. Desde su posición, no sufren las vivencias de los grupos privilegiados y, por la escasa (o nula algunas veces) interacción con los mismos, algunos las desconocen por completo. Carecen de un referente aparte del arquetipo y prejuicios en torno a ellos, y de la mala representación de ellos en el cine o televisión de antaño. Por eso, si bien existen producciones donde la diversidad ha sido correctamente representada, existen otros donde, por más tiempo que les den a estos personajes en pantalla, son un cascarón vacío, un mero arquetipo construido con las creencias superficiales y muchas veces erróneas que aún se tienen sobre ellos. Se suele encerrar toda representación diversa detrás de estos fracasos, haciendo de la vista gorda a los igualmente numerosos éxitos que han logrado los filmes con diversidad bien representada. Los primeros fracasan porque la audiencia no solamente exige representación o el cumplimiento de una cuota, sino que sea bien hecho [10].
En síntesis, la inclusión forzada no existe y, por el contrario, repasando la historia del cine se revela que lo ocurrido es lo opuesto: una exclusión sistemática y normalizada, al borrar a los grupos socialmente desfavorecidos del espacio que ellos han ocupado en la realidad desde siempre. La apuesta por la diversidad es reciente y la llamada inclusión forzada es, en realidad, un público nada acostumbrado a la diversidad en la pantalla y la escasa habilidad de los escritores y directores de construir un buen personaje de estos grupos. La realidad ha cambiado, y esta realidad inclusiva y diversa es lo que el público desea ver, como muestran los resultados de la investigación que el Center for Scholars and Storytellers de la Universidad de California hizo sobre la materia [11]. La nueva audiencia no solamente busca personajes que lo etiqueten como tal, quieren una representación auténtica y bien hecha, que muchas personas privilegiadas que conforman la industria no son capaces de realizar. Eso me lleva a pensar que el siguiente paso para la inclusión en esta industria es abrir espacio para que las personas de los propios grupos representados puedan contar las historias desde su perspectiva, pero eso ya es tema de otro artículo.
Gracias por el artículo. Sin desmerecer en nada el análisis de la cuestión, añadiría varios puntos:
En efecto, existe quien usa el concepto de inclusión forzada en términos de prejuicio porque aparezca esa diversidad.
Otros, tienen dudas sobre si se esta dando un reflejo no fidedigno o poco variado de determinados colectivos o con una recurrencia de asociaciones negativas. De modo que la introducción de un determinado personaje o personajes de un colectivo caiga en el cliché en lugar de en un profundo desarrollo del personaje como alguien polifacético. O podrán rebatir el adanismo (Cuando un actor o alguien trata de vender una diversidad concreta como algo novedoso, pero ya se conocen contraejemplos. Cuando, al parecer, Moses Ingram afirmó que era una novedad tener un personaje de color en la franquicia, muchos fans la rebatieron porque Mace Windu, Finn y Lando Calrisian ya eran personajes destacados interpretados por actores de color) o el enfatizar mucho un aspecto de una obra por encima de otros (No inspira mucha confianza que la guionista de Loki diga que escribió la serie sólo por una escena donde el protagonista diga que es bisexual. Una trama que no pasa a desarrollarse, que tiene un peso anecdótico en la trama y que tampoco resulta destacada en el contexto del personaje. Soy bisexual y puedo decir que resaltar eso como si fuera algo fundamental en la serie supone engañar al espectador o darle un bombo tremendo a algo que es una anécdota cuando tienes a personajes masculinos bisexuales de relieve en “The Magicians”, “Merlí”, “Legends of tomorrow”, “Torchwood”, “Da Vinci’s Demons”, “Rick y Morty”, “Sense8” y “Heartstopper”. Incluso, se han dado situaciones absurdas donde se quiere discriminar a actores por interpretar a personajes LGTB+ sin serlo. Si quien elige para la producción considera que un actor LGTB+ ha hecho una buena prueba y que su experiencia específica para un personaje es un extra respecto a un actor no LGTB+ cuya prueba era igual de buena, pero no tenía ese extra, estupendo, pero no tiene sentido discriminar el trabajo actoral porque no coincida la persona con el personaje, puesto que los actores se dedican a interpretar).
Otros consideran que el arte no está por encima del rigor histórico. O les gustan los aspectos fijados canónicamente en una obra adaptada.
No podemos catalogar a todo el mundo como de la primera categoría porque pienso que el defender el rigor histórico y el rigor adaptativo es un aspecto que es lógico que muchas personas consideren fundamental.