
De humanas a trofeos de guerra: Análisis de la violencia sexual contra las mujeres en el marco de los conflictos armados

Escrito por Andrea Gómez La Rosa y Stephanie Cortez López, miembros de la Comisión de Diálogos Humanos del Equipo de Derechos Humanos.
Desde que comenzó la invasión rusa en el territorio ucraniano, las noticias se inundaron de imágenes y videos de estas agresiones. Este panorama agreste; sin embargo, va en paralelo con otro a nivel de las redes sociales, el cual también es desalentador. Ello debido a la manera en que los internautas interactúan con estos hechos. Si bien muchos de ellos se solidarizan con la situación, existe este otro lado que haciendo mal uso de su libertad de expresión, hacen comentarios sobre esta guerra en desmedro de una población vulnerable en particular, las mujeres víctimas del enfrentamiento. El acoso cibernético hacia las mujeres ucranianas como manifestación de la cultura de la violación se hace presente a través de burlas y mofas sobre poseer a estas personas. Una vez más, el cuerpo de la mujer está en disputa durante los conflictos, solo que ahora se expresa de forma más sutil en otras vías. Por ello, a continuación se hará un repaso de las expresiones más evidentes de esta problemática a lo largo de la historia.
Para empezar, es necesario expulsar una idea predominante que la gran mayoría tiene alrededor de la guerra o conflictos armados en general, que es, percibirla como “una actividad preponderantemente masculina” [1]. A pesar que los varones son los protagonistas de la narrativa de guerra ante los ojos de la sociedad, en la realidad tanto hombres como mujeres han tenido una participación importante en las mismas, ya sea como combatientes en la línea de fuego o como víctimas de actos igual de crueles como el genocidio ocurrido en la batalla. La diferencia esencial no está en sus aportes, sino en la visibilidad que se les da a los varones a costa de la participación de las mujeres, como si los primeros fueran los únicos que pelean y los más afectados al entregar su vida. Sin embargo, al volver la mirada a lo que aconteció fuera de las trincheras, encontramos un escenario desolador para la sociedad civil, especialmente para las mujeres, a quienes por su género apuntan como víctimas de delitos específicos que no suelen sufrir los varones [2].
La Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) expuso en uno de sus informes la especial vulnerabilidad de las mujeres en el escenario de los conflictos armados. En dicho informe señala, a partir del marco del conflicto colombiano, que los actores armados presentan fuertes inclinaciones a abusar de la intimidad y los derechos de la mujer, tanto por parte de los grupos insurgentes como por los agentes estatales [3]. Si bien la violencia sexual es parte de la realidad a la que se ven expuestas las mujeres día a día, esta cobra un valor instrumental en el escenario de los conflictos armados, específicamente, como un arma contra sus adversarios. De esta forma, la violencia sexual deja de ser un acto individual para convertirse en una estrategia militar multifuncional que permite no solo una ventaja fáctica, sino también moral [4]. La violencia sexual contra las mujeres del territorio invadido trasmite un mensaje de humillación y poder al enemigo [4], donde el cuerpo de la mujer deja de verse como persona y pasa a ser parte del botín de guerra del lado vencedor.
Jiménez afirma: “La violencia sexual cometida en el contexto del conflicto armado es tan antigua como la guerra misma” [4]. No hace falta ser historiador o un hábil investigador para saberlo, pues los relatos de guerra que cuentan los libros de historia narran dichos actos con orgullo. Sin retroceder tanto en el tiempo, esta fue la realidad de las mujeres europeas durante los conflictos armados más grandes de la historia universal: la Primera y la Segunda Guerra Mundial, ocurridos apenas el siglo pasado. Es de conocimiento público las atrocidades cometidas por el Ejército Nazi y el Ejército Rojo a su paso por Europa: son varios los medios que recogen los testimonios de las víctima sobrevivientes y muchas de ellas aún exigen reparaciones. Sin embargo, poco se habla de las violaciones hacia las mujeres alemanas cometidas por Los Aliados, victoriosos en ambas Guerras, quienes fueron responsables de aproximadamente 860.000 violaciones masivas en los meses posteriores a la guerra [5]. No fue hasta después de este horrido escenario imposible de ocultar que finalmente se calificó a la violencia sexual como delito de lesa humanidad, en la Cuarta Convención de Ginebra (1949). Aún con este Convenio, las acciones producidas durante este periodo quedaron impunes, pues no fue hasta el 2 de septiembre de 1998 que, por parte del Tribunal Penal Internacional, se produjo la primera condena por esta causal, en el caso del genocidio de Ruanda [4].
Estas situaciones de violencia sexual también está presente en paises orientales, como es el caso de las mujeres de consuelo, mujeres coreanas, filipenses, chinas, taiwanesas, etc., que durante la Segunda Guerra Mundial fueron reclutadas bajo engaños y promesas laborales falsas y terminaron siendo obligadas a prestar servicios sexuales [7]. Los involucrados eran tanto soldados japoneses como civiles, quienes las mantenían en condición de esclavitud cerca a los campamentos militares en las llamadas “estaciones de consuelo” [6]. Los maltratos iban desde golpes hasta tortura y violaciones continuadas, evidenciando así que el cuerpo de la mujer era usado como arma política en las zonas de ocupación japonesa, además de meros objetos para satisfacer el placer sexual en épocas de guerra. El número exacto de víctimas se desconoce, pero se estima un rango de 20 mil a 400 mil mujeres fueron las que ejercieron la prostitución en esos lugares, información que está incompleta pues el ministro de guerra japonés mandó a quemar todas las pruebas que pudieran incriminar a su país [6]. Este es uno de los casos en donde aún se cuestiona la veracidad de las acusaciones como forma de desentenderse de las responsabilidades consecuentes [6].
Esta problemática no es ajena a la realidad peruana pues durante el Conflicto Armado Interno (CAI), la violencia sexual era perpetrada de forma constante como forma de sumición y control. Entre las manifestaciones de esta violencia se encuentra “prostitución forzada, unión forzada, esclavitud sexual, aborto forzado, embarazo forzado y violación sexual” [8]. Estos actos fueron llevados a cabo tanto por los grupos terroristas como por miembros de las Fuerzas Armadas. Los últimos perpetraron los crímenes en bases militares, así como también en incursiones y establecimientos penitenciarios [9]. Por otro lado, los grupos subversivos cometían actos de violencia sexual durante los enfrentamientos, y en campamentos en la vida cotidiana. Estos abusos afectaron al 10% de las mujeres víctimas; sin embargo, este dato está subrepresentado debido a, entre otros motivos, la falta del reconocimiento de estos hechos como un atentado contra los derechos humanos [8]. Muchas de ellas incluso lo normalizaron como un efecto colateral de la violencia armada, sin poder siquiera denunciarlo por la humillación y estigmatización que acompaña a estas experiencias [9].
Debido a la violencia sexual infringida contra las mujeres en el contexto de conflictos armados, se vulneran sistemáticamente un conjunto de derechos humanos. Dentro de ellos el más evidente es el de las libertades sexuales y reproductivas. La primera se define como el “derecho a tener control sobre las cuestiones relativas a su sexualidad, incluida su salud sexual y reproductiva, y decidir libremente respecto de esas cuestiones, sin verse sujeta a la coerción, la discriminación y la violencia” [10]. Ello implica que exista una autonomía en el ejercicio de su sexualidad, la cual claramente es transgredida el momento en que se le somete a la voluntad sexual de alguien más, voluntad que no coincide con la suya. Los derechos reproductivos; sin embargo, tienen una orientación distinta ya que ello “entraña la capacidad de disfrutar de una vida sexual satisfactoria y sin riesgos y de procrear, y la libertad para decidir hacerlo o no hacerlo, cuándo y con qué frecuencia” [10]. Nuevamente, este derecho es vulnerado en la mayoría de casos de violación sexual, pues se condena a las mujeres a ser madres de hijos que fueron concebidos sin su deseo y mediante la coerción. Incluso, ello podría conllevar (como en el caso de las víctimas del CAI) una maternidad “atravesada de serios conflictos y sentimientos ambivalentes frente a su hijo o hija con la primacía de rechazo y desconocimiento que originan actitudes de descuido, abandono y desprotección de los niños” [9].
Además de los derechos previamente mencionados, el hecho que usaran la violencia sexual como arma de guerra produjo una afectación al principio que sostiene a la totalidad de los derechos humanos: la dignidad humana. Esta se define como “la manifestación del valor de la persona humana y de su libre desarrollo social” [11], y es por ese valor que los derechos humanos adquieren la naturaleza universal, inalienable, indivisible e irrenunciable para todos los seres humanos. A pesar de ello, aún en los conflictos armados vigentes, esta realidad se mantiene, desconociendo el valor de la mujer y observándola como un medio táctico en la guerra o parte del botín al que los soldados tenían “derecho de acceder”. Jiménez cita: “el cuerpo de la mujer, que es considerado propiedad masculina y propiedad de la sociedad (…). [M]ediante su cuerpo, no solo se ejerce un control sobre ellas, sino que este control se hace extensivo a toda la comunidad enemiga” [4] Al desconocerlas como seres humanos, poseedoras de dignidad y con todos los derechos que eso conlleva, se lleva al peor escenario para sus derechos humanos en general. Sin reconocimiento, el deber de respeto desaparece, al igual que sus garantías. Así, los países que actualmente se proclaman garantes y democráticos, siguen negando la existencia y las reparaciones contra las mujeres violentadas que, al día de hoy, siguen alzando su voz para exigir reparaciones, después de sobrevivir en una época que fueron vistas como infrahumanas [6].
Recapitulando, podemos afirmar que la violencia sexual ejercida en las guerras y otros conflictos armados ha sido una herramienta para deshumanizar a las mujeres a lo largo de la historia en todas partes del mundo. A pesar de que existen tratados internacionales que protegen los derechos de la persona durante la guerra y otros que protegen específicamente los derechos de las mujeres, la violencia sexual continua siendo un acto recurrente en los conflictos armados de hoy en día. Prueba de ello es la reciente guerra entre Rusia y Ucrania, situación que ha propiciado la aparición de proxenetas que trafican con mujeres ucranianas para su explotación sexual en Polonia, país al que huyen [12]. Su aparición es consecuencia de la demanda de dicho material en el mercado, que se evidencia en los índices de búsqueda de las páginas pornográficas [13]. Ello evidencia cuán normalizada está la violencia sexual contra las mujeres en estos escenarios y nos invita a reflexionar sobre el largo camino que aún falta para erradicar esta realidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
[1] Gallardo¸ A. (2020). Invisibilización, sexualización y violencia intrafilas contra mujeres soldado. Enfoque Derecho. Obtenido de: https://www.enfoquederecho.com/2020/07/08/invisibilizacion-sexualizacion-y-violencia-intrafilas-contra-mujeres-soldado/#:~:text=Las%20mujeres%20soldado%2C%20al%20desafiar,las%20sociedades2”%2C%20que%20a%C3%BAn%20persisten.
[2] “Barbijaputa” (2016). Las mujeres no van a la guerra. Amnistía Internacional. Obtenido de: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/blog/historia/articulo/las-mujeres-no-van-a-la-guerra/
[3] Salazar, J.; Barranco, L.; Jiménez, L.; Redondo, M. y Rodríguez, L. (2017). La vulnerabilidad de la mujer en la guerra y su papel en el posconflicto. El Ágora USB, 17(1), pp. 290–308. Obtenido de: https://doi.org/10.21500/16578031.2827
[4] Jiménez, N. (2012). Violencia sexual: la guerra en contra de los derechos de las mujeres. Nova et Vetera 21 (65): 41-48.
[5] Sánchez, R. (2015, 8 de marzo). Las alemanas sufrieron 860.000 violaciones de los aliados. El Mundo. Obtenido de: https://www.elmundo.es/cronica/2015/03/08/54fadb85268e3ee0518b4570.html
[6] Morris-Suzuki, T (2007). Japan’s ‘Comfort Women’: It’s time for the truth (in the ordinary, everyday sense of the word). 5(3). https://apjjf.org/-Tessa-Morris-Suzuki/2373/article.html https://historia.nationalgeographic.com.es/a/mujeres-confort-ejercito-imperial-japones_17360
[7] Johnson, J. (2020). History of the Comfort Women of World War II. Thought Co. https://www.thoughtco.com/world-war-ii-comfort-women-3530682
[8] Mantilla Falcón, J. (2006). La Comisión de la Verdad y Reconciliación en el Perú y la perspectiva de género: principales logros y hallazgos. Revista IIDH. 43, 323-365. https://www.corteidh.or.cr/tablas/r08060-9.pdf
[9] Comisión de la Verdad y la Reconciliación (2003). Secuelas Psicosociales. Informe Final https://www.cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VIII/TERCERA%20PARTE/I-PSICOSOCIALES.pdf
[10] Villanueva Flores, R. (2006). Protección constitucional de los derechos sexuales y reproductivos. Revista IIDH. 43, 391-450. https://www.corteidh.or.cr/tablas/r08060-11.pdf
[11] Landa, C. (2021). Dignidad de la persona humana. En Derechos a la dignidad, libre desarrollo de la personalidad e identidad personal (pp. 6-41). Palestra Editores.
[12] Makoveitchoux, P. (2022, 2 de marzo). En la frontera polaca, proxenetas alemanes proponen a mujeres ucranianas transporte y alojamiento gratis. El sistema prostitucional se aprovecha de la guerra y de sus víctimas (Domínguez, T., trad.) [tuit]. Obtenido de: https://twitter.com/letra_escarlata/status/1498983394050514945?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E1498983394050514945%7Ctwgr%5E%7Ctwcon%5Es1_&ref_url=https%3A%2F%2Fspanishrevolution.net%2Fproxenetas-alemanes-polonia-ucrania%2F
[13] Larentina, D. [@dealarentina] (2022, 28 de febrero). #misoginia #guerra #ucrania [videp]. TikTok. Obtenido de: https://vm.tiktok.com/ZMLUYdG37/
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