Escrito por Fabiana Rojas, miembro de la comisión de Diálogos Humanos del Equipo de Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Cada 28 de junio se conmemora el Día Internacional del Orgullo LGBTQ+. Esta fecha es, sobre todo, un recordatorio de la lucha histórica por la igualdad, la dignidad y el respeto hacia las personas lesbianas, gays, bisexuales, trans y otras identidades disidentes. El Orgullo es una afirmación colectiva contra la discriminación que busca la construcción de la libertad de ser y amar sin miedo. El mensaje del Orgullo nos conmueve: nadie debe sentir vergüenza por su orientación sexual, identidad o expresión de género. La dignidad, inherente de todas las personas, debe prevalecer independientemente de cómo vivan o expresen su sexualidad. Por ello, el Orgullo es una denuncia constante contra la violencia, la discriminación y la exclusión, que aún persisten en muchos contextos.
A través de las marchas, los símbolos como la bandera arcoíris y diversas expresiones culturales y políticas, el Orgullo se manifiesta como una forma de resistencia y visibilidad. Aunque en muchos países se han logrado avances significativos, como la despenalización de la homosexualidad, el reconocimiento legal de las parejas del mismo sexo y derechos para las personas trans, la lucha está lejos de haber terminado. La violencia, la homofobia y la transfobia siguen presentes, y todavía existen demandas pendientes en torno al matrimonio igualitario, la adopción homoparental, el reconocimiento legal de la identidad de género y el acceso pleno a la salud.
En ese sentido, recordar el origen del Orgullo es un acto político necesario. “Hacer memoria” nos permite honrar la historia de quienes resistieron, visibilizar lo que aún falta construir y fortalecer nuestro compromiso con los derechos humanos. En este mes del Orgullo, alzar la voz por una sociedad más justa, diversa e inclusiva es urgente.
Los orígenes del Orgullo: De Stonewall al activismo latinoamericano
Esta conmemoración tiene su origen en los disturbios de Stonewall, ocurridos en Nueva York en 1969. En la madrugada del 28 de junio, una redada policial en el bar Stonewall Inn, uno de los pocos espacios seguros para la comunidad homosexual en ese entonces, terminó por detonar una serie de manifestaciones espontáneas y valientes contra los abusos constantes por parte de la policía. Las personas allí reunidas decidieron resistir. Su respuesta marcó un antes y un después, al convertirse en el catalizador del movimiento moderno por los derechos LGBTQ+ en Estados Unidos y el mundo entero.
En América Latina, la conmemoración del Mes del Orgullo LGBTQ+ ha ganado fuerza y visibilidad en diversas ciudades y países, cada uno con su propio recorrido histórico y político. En México, la primera marcha por los derechos de las personas LGBTQ+ se realizó en 1978, impulsada por el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), una agrupación que denunció la represión estructural del sistema capitalista patriarcal. Aquella acción pionera dio paso a lo que hoy es una de las marchas del Orgullo más grandes del mundo, celebrada anualmente en la Ciudad de México. Costa Rica, por su parte, ha sido un referente en Centroamérica tras convertirse en 2020 en el primer país de la región en legalizar el matrimonio igualitario. En 2019, su capital, San José, reunió a más de 350.000 personas en una marcha donde incluso participó el entonces presidente Carlos Alvarado, reivindicando el amor como eje de la lucha por la igualdad. En el sur del continente, São Paulo (Brasil) alberga una de las movilizaciones más multitudinarias del mundo, con más de tres millones de asistentes en 2019, marcando un fuerte contraste con el discurso oficial del gobierno brasileño de entonces. Argentina y Chile también son actores clave: Buenos Aires realiza la segunda Marcha del Orgullo más grande de Hispanoamérica, mientras que en Chile, la Marcha por la Diversidad Sexual se lleva a cabo en simultáneo en ciudades como Santiago, Concepción y Valparaíso, consolidando así una expresión amplia de resistencia, visibilidad y celebración a lo largo de la región.
En el Perú, el Movimiento Homosexual de Lima (MHOL), fundado en 1982, marcó un antes y un después en la historia del activismo por los derechos de las personas LGBTQ+. Su creación se dio en un contexto de apertura democrática tras años de dictadura, y constituyó uno de los primeros esfuerzos organizados en América Latina para visibilizar, articular y defender públicamente la diversidad sexual en un país profundamente conservador. El MHOL fue pionero en la organización de reuniones públicas, campañas de sensibilización y discusiones abiertas sobre orientación sexual e identidad de género, en un momento en que el silencio social sobre estos temas era la norma. Dos figuras fundamentales en este proceso han sido Óscar Ugarteche y Susel Paredes, quienes, si bien han seguido caminos distintos, comparten el compromiso con la igualdad y la justicia. Ugarteche, economista y activista, es uno de los fundadores del MHOL y ha sido una voz clave en la lucha por el matrimonio igualitario y el reconocimiento de los derechos civiles de las parejas del mismo sexo, llegando incluso a plantear demandas legales por el reconocimiento de su matrimonio celebrado en el extranjero. Por su parte, Susel Paredes ha combinado su activismo con la política institucional: abogada, feminista y excongresista, ha sido promotora de leyes y políticas públicas para la protección de los derechos de las personas LGBTQ+ y de las mujeres, enfrentando con firmeza los discursos de odio desde los espacios de poder. Ambos han trabajado en múltiples escenarios por sacar a la diversidad sexual de los márgenes del discurso público, sentando así las bases para una sociedad más inclusiva. El MHOL, y las trayectorias de quienes han sido parte de él, constituyen un testimonio de resistencia, dignidad y lucha en la historia reciente del Perú.
La realidad del Orgullo en el Perú: Un camino por recorrer
El suicidio de un niño de doce años en Iquitos, ocurrido en febrero de 2015, puso en evidencia la brutalidad con la que la sociedad peruana trata a la niñez LGBTQ+. Aquel niño, previamente agredido y escupido por sus compañeros de colegio, y finalmente humillado por su propio padre al ser rapado por su orientación sexual, representa no solo una tragedia personal, sino el reflejo de una violencia estructural y silenciosa. Este caso, narrado por el periodista Luis Páucar no es aislado. Es la punta de un iceberg que revela cuán desprotegidas están las personas LGBTQ+ en el Perú, especialmente en regiones fuera de Lima, donde la discriminación se vive con particular crudeza y la indiferencia estatal agrava la exclusión.
Las personas lesbianas, gays, bisexuales, trans y otras enfrentan una serie de obstáculos para ejercer sus derechos fundamentales debido a prejuicios enraizados en la cultura y las instituciones. Desde la negación del acceso a servicios de salud hasta la expulsión de espacios educativos o familiares, los estereotipos de género y orientación sexual operan como barreras que impiden a estas personas vivir con dignidad. En muchos casos, ni siquiera encuentran respaldo en sus propios hogares. En lugar de protección, reciben rechazo, violencia psicológica y, en los peores escenarios, agresiones físicas o intentos de “curación”. Esto contradice de manera flagrante lo afirmado por organismos como la Organización Panamericana de la Salud, que han dejado claro que la homosexualidad no es una enfermedad y que cualquier intento de “reparación” constituye una violación de derechos humanos.
A pesar de los avances internacionales, como la eliminación de la homosexualidad del manual de enfermedades mentales por parte de la APA y la OMS, en Perú persiste una visión patologizante. Esta concepción errónea legitima prácticas discriminatorias y deshumanizantes, como terapias de conversión o exclusiones sistemáticas en censos y políticas públicas. El Estado peruano aún no recoge datos oficiales sobre la población LGBTQ+, lo que invisibiliza su existencia y bloquea el diseño de políticas efectivas para atender sus necesidades. Estudios realizados por la sociedad civil muestran cifras alarmantes: altos niveles de maltrato verbal, físico, amenazas y chantajes, así como actitudes que normalizan la exclusión de personas LGBTQ+ del ámbito educativo o del derecho al matrimonio civil. Esta desinformación institucional no es neutral; es cómplice de la violencia.
La situación de violencia que viven las personas LGBTQ+ en el Perú se agrava por la impunidad y el sesgo de las autoridades encargadas de impartir justicia. Informes de organismos internacionales como la CIDH revelan patrones de violencia extrema: asesinatos brutales, torturas, “violaciones correctivas” y crímenes disfrazados como pasionales, donde la víctima termina siendo culpabilizada. Las mujeres trans, los hombres gay y las lesbianas enfrentan formas específicas de agresión, muchas veces agravadas por su posición social o la falta de reconocimiento legal de su identidad de género. Las personas bisexuales y hombres trans, por otro lado, quedan frecuentemente fuera del foco de atención, lo que incrementa su vulnerabilidad. Frente a este panorama, es urgente una respuesta estatal integral que reconozca a la población LGBTQ+ como sujeto de derechos, que promueva la educación en diversidad y garantice que ninguna niña, niño o adolescente crezca en un entorno que le enseñe a odiarse a sí mismo.
Derechos aún pendientes
A pesar de algunos esfuerzos del Estado peruano por atender las demandas de la comunidad LGBTQ+, aún persisten graves deudas en la garantía y protección de sus derechos fundamentales. Las ordenanzas locales contra la discriminación, el Plan Nacional de Igualdad de Género (PLANIG) 2012–2017 y acciones puntuales del Jurado Nacional de Elecciones, aunque positivas, han tenido un alcance limitado debido a su débil implementación. Estos esfuerzos, en lugar de consolidarse en políticas públicas estructurales, han sido aislados, sin mecanismos efectivos de seguimiento ni asignación presupuestaria. Una de las omisiones más graves fue la exclusión de las personas LGBTQ+ del Plan Nacional de Derechos Humanos 2014–2016, lo que no sólo invisibilizó su situación, sino que también debilitó la posibilidad de que otros sectores del Estado adoptaran compromisos concretos para esta población.
Particularmente alarmante es la situación de las personas trans, cuyo derecho a la identidad continúa siendo ignorado o malinterpretado en instancias clave del Estado. A pesar de los avances en materia de atención diferenciada en algunos servicios del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, el propio sector ha manifestado en ocasiones que no considera a las personas LGBTQ+ como grupo vulnerable bajo su competencia. Además, instituciones como INDECOPI mantienen una visión reduccionista basada únicamente en el sexo biológico, negando el reconocimiento de la identidad de género y desestimando las denuncias de discriminación que surgen de esta negación. Esta falta de reconocimiento institucional de la identidad trans representa una violación estructural de sus derechos, particularmente del derecho al libre desarrollo de la personalidad y al trato digno, y refleja la urgente necesidad de una política pública articulada, con metas claras y un órgano rector que asuma el liderazgo en esta materia.
Entonces, una de las principales demandas pendientes del colectivo LGBTQ+ en el Perú es la aprobación de una ley de identidad de género que permita a las personas trans modificar su nombre y sexo en los documentos oficiales mediante un procedimiento administrativo, ágil, digno y no patologizante. Esta medida, que debe estar a cargo del RENIEC, es esencial para garantizar el derecho a la identidad de las personas trans, y reducir la violencia institucional y social que enfrentan a diario por la falta de reconocimiento legal. Asimismo, se requiere que las instituciones del Estado, como el Ministerio de Salud, adopten protocolos específicos que aseguren una atención médica respetuosa y libre de estigmas, incluyendo el acceso a servicios de salud mental, salud sexual y reproductiva, y atención especializada en VIH/Sida, con presupuesto y personal capacitado.
Las reformas legislativas son clave para fortalecer el marco normativo que proteja efectivamente los derechos humanos de las personas LGBTQ+. Entre ellas, resulta urgente modificar el Código Penal para incluir expresamente la orientación sexual y la identidad de género como categorías protegidas frente a delitos de odio y discriminación. Del mismo modo, se requiere que el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables sea legalmente habilitado para asumir la rectoría de una política pública intersectorial sobre diversidad sexual y de género, lo que implica reconocer formalmente a las personas LGBTQ+ como población vulnerable. Sin estos cambios estructurales, las acciones estatales seguirán siendo fragmentadas, poco efectivas y sin capacidad para generar impactos a largo plazo.
Solo una respuesta estatal integral, articulada y comprometida podrá deconstruir la histórica desprotección que afronta la comunidad LGBTQ+ en el país.
Arte, memoria y resistencia: Narrativas LGBTQ+ en el cine y la música
Históricamente, la comunidad LGBTQ+ ha encontrado formas de expresarse y afirmarse en la cotidianidad de nuestras vidas. El arte, en todas sus formas, ha significado un susurro valiente para las personas LGBTQ+ que deciden transformar su dolor en belleza; contar las historias silenciadas, los amores que desafían los márgenes y las cicatrices de la discriminación.
Un ejemplo de ello es la primera película peruana abiertamente homosexual: “No se lo digas a nadie” (1998) del director Francisco Lombardi, basada en la novela homónima de Jaime Bayly. La cinta nos sumerge en la vida de Joaquín, un joven de la alta sociedad limeña que, atrapado entre el privilegio y el miedo, lucha por aceptar su homosexualidad en un entorno marcado por la hipocresía, el racismo, la misoginia y una violencia silenciosa hacia la diferencia. A través de una juventud marcada por las drogas, las máscaras sociales y el autoengaño, Joaquín se enfrenta al peso de una sociedad conservadora que reprime lo que no entiende. Esta película no solo fue pionera en visibilizar la diversidad sexual en el cine peruano, sino que también rompió el silencio de toda una época. Su audaz crítica a la doble moral y su retrato honesto de la búsqueda de identidad la convirtieron en un punto de quiebre: un acto de resistencia y de arte que, aún hoy, sigue abriendo caminos.
Por otro lado, “El gran varón” de Willie Colón es una poderosa crónica en clave de salsa que denuncia la violencia del machismo y la intolerancia familiar frente a la diversidad de género. A través de la historia de Simón, una joven que se aleja del mandato patriarcal de ser “un gran varón” y decide vivir su identidad con autenticidad, la canción revela el doloroso costo del rechazo, el abandono y la falta de compasión para las mujeres transexuales. En contraste con la imagen orgullosa del padre que soñaba con un hijo moldeado a su imagen, encontramos una vida marcada por la libertad y el exilio, y una muerte solitaria, incomprendida, que aún resuena como advertencia. “Palo que nace doblado, jamás su tronco endereza”, dice el estribillo, reflejando la rigidez de una sociedad que no quiere entender y amar lo diferente. Sin embargo, la canción, lejos de ser solo una moraleja trágica, es también un llamado: a la empatía, a cuestionar los prejuicios heredados y a reconocer que el amor nunca debería ser condicionado por la norma.
El arte, en este contexto, tiene la capacidad de abrir caminos donde antes solo había silencio. Películas como “No se lo digas a nadie” o canciones como “El gran varón” no solo cuentan historias; las dignifican. Son espejos y también ventanas: nos permiten vernos reflejados y, al mismo tiempo, asomarnos a realidades ajenas con empatía. Estos productos culturales cumplen un papel fundamental en la transformación social, porque cuestionan estigmas, exponen la violencia de la norma y sensibilizan a públicos que quizás nunca se habían detenido a escuchar. En contextos donde ser LGBTQ+ aún puede significar vivir con miedo o vergüenza, el arte actúa como resistencia y memoria. A través de la emoción y la narrativa, nos invita a imaginar una sociedad más justa, más libre y humana.
La importancia de hacer memoria
Recordar es un acto de dignidad. En un mundo que aún castiga la diferencia, traer a la memoria las historias de quienes lucharon, y luchan, por existir en libertad es una forma de honrar su coraje y mantener viva la llama de su resistencia. Es urgente comprender que la historia de la diversidad sexual y de género está tejida de valentía, dolor y esperanza, y que reconocerla es fundamental para transformar el presente.
La memoria colectiva fortalece la lucha por la igualdad, porque nos permite identificar las violencias que persisten y los derechos aún negados. En esa tarea, la empatía y la solidaridad no son opciones, sino herramientas imprescindibles para construir una sociedad verdaderamente inclusiva, donde ninguna persona sea excluida por ser quien es. Defender los derechos humanos de las personas LGBTQ+ no es una causa de pocos: es una responsabilidad compartida desde todos los espacios, ya sea el hogar, la escuela, la política o el arte.
Hoy más que nunca, necesitamos cultivar la esperanza, practicar la resistencia y ejercer el amor como actos profundamente políticos. Que el Orgullo no se agote en un mes ni en una marcha, sino que se traduzca en un compromiso constante por la justicia y la libertad. Sigamos informándonos, sensibilizándonos y abriendo conversaciones necesarias. Porque solo desde el respeto, la memoria y el cuidado mutuo, podremos imaginar y construir un mundo donde todas las personas vivan con dignidad.
Bibliografía
Archie, A. y Griggs, B. (2025). Pride: ¿Por qué es junio el mes del orgullo LGBTQ? ¿Cuál es su origen y cómo se celebra?. CNN Mundo.
https://cnnespanol.cnn.com/2025/06/01/mundo/origen-pride-mes-orgullo-junio-trax
Colón, W. (1989). El gran varón [Canción]. En Top Secrets. Fania Records.
Defensoría del Pueblo. (2016). Derechos humanos de las personas LGBTI: Necesidad de una política pública para la igualdad en el Perú. Informe N°175. Lima.
Lombardi, F. (Director). (1998). No se lo digas a nadie [Película]. Inca Films.
Vásquez, D. (2025). Mes del orgullo gay: ¿Qué países latinoamericanos lo reconocen oficialmente?. Independent.

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