Ecos de Sacsamarca: Voces contra el olvido

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Escrito por Valeria del Pilar Concha, comisionada de la comisión de Diálogos Humanos del Equipo de Derechos humanos de la PUCP.


Introducción

La historia de nuestro país no se puede explicar sin abordar la lucha de las comunidades campesinas durante el Conflicto Armado Interno por su existencia a vivir en paz, porque como es evidente pero aún necesario resaltar, la memoria no es sólo una evocación del pasado, sino una exigencia ética hacia el presente. Los hechos ocurridos en nuestro país durante la guerra interna sufrida, atravesada por la violencia política, aún tiene cicatrices abiertas. En ese sentido, hoy 21 de mayo, no es posible únicamente limitarnos a conmemorar de forma superficial una fecha tan sensible e importante. Es nuestra responsabilidad incomodar, reclamar, denunciar, exponer y recordar de forma activa.

Este ensayo de opinión está dedicado a los ecos que aún se escuchan en Sacsamarca, comunidad ayacuchana profundamente apaleada por la violencia ejercida desde Sendero Luminoso en 1983. No es suficiente con una descripción de los olvidos ejercidos por las instituciones estatales, sino por el contrario, se debe hacer una invitación a la empatía y a la defensa por el acceso a la verdad como base de una sociedad justa. De ese modo, frente a un Estado que fue muy lento asignando un nombre propio a estos hechos; así como un Estado que tampoco hizo todos los esfuerzos requeridos en las reparaciones correspondientes, alzamos nuestra voz por quienes ya no pueden contar sus propias luchas. Porque recordar es resistir.

La masacre de Sacsamarca: ¿Qué ocurrió?

La noche del 21 de mayo de 1983, en la comunidad de Sacsamarca, provincia de Huanca Sancos, departamento de Ayacucho, Sendero Luminoso perpetró una de las masacres más atroces del conflicto armado interno. 

Según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR: 2003) 200 subversivos se adentraron acusando de “traidores” a quienes se organizaron para la autodefensa de su comunidad. Los senderistas asesinaron a los supuestos “colaboradores” de la policía y las fuerzas armadas, así como también infundieron terror y dejaron esa amenaza como advertencia de que peores sucesos podrían suceder. Después de ese suceso, se identificaron 10 miembros de la comunidad asesinados cruelmente: Ireneo Alanya, Auccasi, Dacio Cayampi, Encarnación Cuba, Alfredo Herrera, Julián Huaccachi, Eusebio Llacsa, José Pillman, Leandro Pumallihua, Felícitas Yarcuri, y el policía Telésforo Dueñas.

Esta masacre no fue un hecho aislado. Por el contrario, se insertó dentro de una estrategia sistemática de terror sostenida por la organización subversiva en las comunidades rurales de nuestro país, especialmente en aquellas que resistieron al avance ideológico, violentista y armado propuesto por los senderistas. Ejemplos de ellos son las comunidades de Huanca Sancos y Lucanamarca. Como menciona Degregori (2010). Sendero Luminoso no solo le declaró la guerra al Estado peruano, sino además a toda aquella persona que individual o colectivamente desde la sociedad civil, desafiara su interpretación criminal del “nuevo orden  social”.

Sacsamarca, al igual que tantos otras comunidades altoandinas en nuestro país, utilizaba de manera mayoritaria a la lengua quechua, su actividad económica principal era la agricultura y gozaban de poca presencia estatal. Debido a dicho factor, sumado a la discriminación histórica y estructural, Sendero reconoció un terreno fértil para la expansión de sus ideas y prácticas. Frente a esto, la comunidad nunca se quedó estática y en silencio, por el contrario, se organizaron de manera autónoma y luego la oficializaron a través de comités de autodefensa, los cuales actuaron en la masacre.

En este contexto, el asesinato de pobladores de comunidades indígenas se convirtió en una estrategia aplicada sin distinción para ejercer el miedo, sin importar género, edad u ocupación. Las víctimas sacsamarquinas fueron torturadas y sus historias condenadas al silencio.

El peso del silencio: postergación, impunidad y estigmas 

Posterior a la masacre, el silencio fue la segunda arma de dolor y desprecio utilizada contra  las víctimas y sus familias, e incluso muchas víctimas optaron por el mismo al reconocer este escenario desolador. Quienes sobrevivieron temían revivir estos hechos, no solo por temor a posibles represalias por parte de Sendero Luminoso, sino también por la evidente desconfianza a las autoridades estatales que no estuvieron presente para ellos. 

Según la CVR, en los años posteriores, Sacsamarca vivió bajo la sombra del estigma: para gran parte de la población del país, los comuneros eran sospechosos por el simple hecho de haber nacido en Ayacucho, y ello se radicalizó al narrar que venían de comunidades campesinas; mientras que para otros, eran “colaboradores de los senderistas”. Estos prejuicios creados por la discriminación y el racismo estructural, lo que se cristalizó en la falta de una reparación adecuada y la invisibilización de los pobladores.

Como sostiene Salazar (2003), las víctimas rurales del conflicto fueron silenciadas por medios de comunicación, ignoradas por las autoridades y rechazadas por la sociedad. La memoria “hegemónica” decidió priorizar los relatos expresados desde la capital y relegó las voces indígenas, quechuas y campesinas. Es en ese sentido que las vivencias sacsamarquinas sufrieron una doble condena: la indiferencia y el terror.

Sumado a ello está la impunidad, puesto que hasta el día de hoy, 41 años después, no se identifica plenamente a todos los responsables materiales e ideológicos, con nombre propio. Si bien es cierto desde inicios de los 2000 se cristalizaron algunas condenas contra la cúpula senderista, la justicia ha sido lenta, fragmentada e incluso insensible a los procesos psicológicos que las víctimas y sus familias se vieron expuestas durante este proceso. Debe mencionarse también que la CVR identificó la autoría primaria de Sendero como perpetrador central de la masacre (con el 54% de las muertes)

El trauma colectivo persiste. A cuatro décadas del crimen, múltiples familias continúan en la lucha por la búsqueda de reconocimiento, justicia y verdad. La ausencia de políticas públicas sostenidas en memoria y reparación ha generado lo que Gonzales (2005) llama “dolor acumulado”: heridas que no cierran, que se transmiten entre generaciones y que erosionan la confianza en el Estado.

La memoria como arma de resistencia: las voces que exigen justicia 

Frente al olvido estructural, la memoria ha sido sostenida por las propias comunidades. En Sacsamarca la resistencia se ha expresado mediante rituales, testimonios orales, cantos, tejidos, y más recientemente, a través del arte y la documentación. La memoria es, en estos casos, una forma de sanar, pero también de reclamar. Un ejemplo clave ha sido el trabajo de la CVR, que incluyó testimonios de comuneros de Sacsamarca en su Informe Final, visibilizando por primera vez la magnitud de la violencia sufrida. Sin embargo, como sostiene Stern (2004), el informe no basta: la memoria necesita espacios vivos de reconstrucción comunitaria y compromiso político.

En esta línea, los “testimonios de resistencia” son fundamentales. Mujeres como doña Tomasa o don Emilio (nombres recogidos por el archivo oral RETS, 2022), han compartido públicamente su experiencia, pese al dolor que implica revivir los hechos. Como expresó una comunera: “Nos mataron una vez cuando vinieron. Pero luego nos mataron muchas veces más cuando nadie quiso escucharnos”. Esta frase, tan poderosa como desgarradora, revela el rol activo de la memoria: no solo como recuerdo, sino como denuncia y demanda.

Reflexión final

Sacsamarca no es solo un pueblo del Perú “y ya”. Sacsamarca simboliza muchos principios, como la resistencia frente al abandono, la lucha por la paz y la persistencia por su dignidad. Rememorar su lucha no es una consecuencia, sino una deuda histórica con este pueblo y con todos los otros que vivieron tragedias similares durante el conflicto armado interno. Y esa deuda pendiente no se retribuye con discursos por parte de autoridades de turno, sino con la ejecución de políticas concretas, memoria activa y justicia social. 

La guerra interna dejó 69 mil muertos en nuestro país según la CVR, la mayoría de ellos fueron quechuahablantes, pobres, analfabetos campesinos, entre otros factores que representan a sectores extremadamente vulnerables.  Invisibilizar su dolor no pasa solo por la “simple indiferencia” porque quien se queda callado en situaciones de opresión, finalmente elige el lado del profesor. Por eso nuestra memoria debe incomodar, interpelar, movilizar, sensibilizar y cuestionar los privilegios que poseemos. No es suficiente con “no olvidar”; es indispensable mirar desde la ética para entender y transformar.

Los cuerpos de los hombres, mujeres, ancianos e infancias, la cosmovisión ancestral, la lengua quechua, el tejido comunitario de las comunidades campesinas… todo eso fue azotado por el terror. Y todo eso es precisamente lo que como peruanos debemos proteger, defender y valorar con la importancia y justicia que merece. Hoy día, en pleno auge de los discursos políticos de odio que banalizan la violencia y buscan justificar la represión a través de “excusas para mantener el orden y la seguridad” resulta urgente recordar que cada vida arrebatada en pueblos como Sacsamarca no fueron solo una estadística más, sino un ser humano con nombre propio, familia, historia, sueños y sobre todo, con un reclamo latente por justicia.

Reivindicar sus memorias es también un acto de poder popular. Es tomar la palabra para decir qué país queremos construir. Y si elegimos un país democrático, diverso, justo, empático y sensible, entonces debemos escuchar, respetar y reparar en el ejercicio de nuestra ciudadanía. 

Por todo esto, desde Diálogos Humanos nos sumamos al clamor de quienes piden justicia con nombre propio. Porque no hay paz sin memoria. Porque no hay justicia sin verdad. Porque los ecos de Sacsamarca aún resuenan.

Bibliografía

Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). (2003). Informe Final. Lima: CVR.

https://www.cverdad.org.pe/ifinal/ 

Degregori, C. I. (2010). Qué difícil es ser Dios. El partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el conflicto armado interno en el Perú: 1980-1999. Lima: IEP.

Gonzales, G. (2005). Memorias del conflicto armado en los Andes. Cusco: CBC.

Salazar, M. (2003). Voces de la memoria. Lima: APRODEH.

Stern, S. (2004). Batallas por la memoria: el pasado reciente en América Latina. Buenos Aires: Ediciones Al Margen.

Red de Estudios sobre la Tierra y Sociedad (RETS). (2022). Archivo de testimonios orales de Sacsamarca. Lima: RETS.

 

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