
Escrito por Gonzalo Morales, comisionado de Diálogos Humanos del Equipo de Derechos Humanos de la PUCP
“No deje que me viera, escondí la cara”.
La película Magallanes comienza con el protagonista del mismo nombre recogiendo en un taxi a un rostro familiar, un rostro que no desea que lo mire de vuelta. Magallanes es un soldado en retiro que sirvió en el conflicto armado interno en un cuartel en Ayacucho y de su reacción sabemos que Magallanes ha cometido alguna acción que lo lleva a tener miedo o vergüenza. La obra se centra precisamente en estas sensaciones que produce el pasado en el protagonista.
Durante el largometraje nos enteramos que quien le causa miedo a Magallanes es una mujer con el nombre de Celina a la que secuestró cuando aún era menor de edad y fue retenida ahí por un año siendo constantemente violada por el coronel. Para poder escapar de esta situación da su cuerpo a Milton, un soldado amigo de Magallanes, y al protagonista con la promesa de que será ayudada a escapar a cambio del acto. Fruto de este abuso tuvo un hijo con discapacidades mentales y físicas.
Después de este encuentro, Magallanes decide usar fotos que él tomó del coronel junto a la menor desnuda para extorsionar a su familia. Aunque al principio pareciera que el dinero estaba destinado a arreglar su propia vida, él desea dárselo a Celina en lo que él parece considerar un acto de justicia. Mientras Magallanes emplea violencia indiscriminadamente para lograr esta visión de justicia, Celina simplemente se sigue encargando de todos los problemas económicos que tiene.
Sin embargo, es claro que Magallanes busca únicamente ser reconocido o una especie de redención, pero no se molesta en considerar a Celina como persona. No hay arrepentimiento, “solo seguía órdenes”, Magallanes es incapaz de comprender que él fue también un abusador. Cuando Celina le reclama que él también se aprovechó de su vulnerabilidad para usar su cuerpo, lo único que decide escuchar es que Milton también abusó de ella. A pesar de poder ver claramente a Milton en ese momento como el abusador que es, no reconoce el acto en su propia persona.
Es solo al final que Magallanes termina de comprender sus acciones y sus repercusiones. Magallanes puede juntar tanto dinero como quiera, secuestrar a todo el árbol genealógico del Coronel o pegarle a cada soldado que cometió o dejó que sucediera un abuso; pero eso no eso no le dará justicia a las víctimas.
Magallanes no es una especie de justiciero o un héroe, Magallanes es un abusador intentando negar esa parte de su identidad. Intenta justificarse en que únicamente cumplía órdenes, intenta decir que la culpa era de aquellos que estaban más arriba en la cadena de mando, pero no tuvo problema en desobedecerla para obtener un beneficio propio para usar el cuerpo de una menor de edad.
Él sabe que debería ser castigado por lo que ha hecho, pero, como dice el policía, “aquí nadie te está persiguiendo por eso”. Durante lo que importa ni siquiera es que la foto sea publicada como tal, sino que los efectos que tenga está en la economía de la familia del coronel. No importa que la violación haya sucedido, solo que no se haga pública. No importa cuanto lo desee Magallanes no podrá pagar por sus acciones.
Aunque Celina se hubiera llevado los treinta mil soles y pudiera pagar su local, ello no le quitaría la condición de víctima. Ese último diálogo furioso en quechua en la comisaría no tiene subtítulos porque tampoco los hay en la vida real. ¿Cómo podría dejar de ser víctima si aquellos que deben hacer justicia ni siquiera son capaces de entender que la hace sentir como una?
“De lo que pasó en Ayacucho no hablamos”
¿Cómo se representa la figura del soldado en Magallanes? Pareciera que ante todo el soldado aquí se presenta como alguien incompatible con la vida en sociedad en paz. Magallanes, como narramos antes, es incapaz de vivir con las acciones que ha cometido y busca su redención incluso haciendo daño a quienes dice salvar. Sin embargo, el resto de soldados en la obra tampoco están representados de forma positiva.
El coronel que mantuvo como objeto sexual a una menor de edad ya es un anciano incapaz de tener alguna clase de autonomía. Incluso reducido a un accesorio llega al terruqueo indiscriminado en la vía pública y dar órdenes ilógicas y desproporcionadas. Sin embargo, la obra deja que consideres si esto es en verdad simplemente la costumbre del anciano o demencia fruto de la edad.
En el Derecho se reconoce un Derecho a la verdad, a una justicia transicional, pero el coronel representa el deber de olvido. Ya no hay sentido en un castigo, el hombre ya incapaz de recordar él sus acciones no puede ser castigado.
Milton representa no necesariamente una verdad, sino la añoranza a la violencia. Aquí no se desea olvidar, no se oculta nada, lo que se desea es repetir. Ello llega al punto de implicar que durante el secuestro Milton abusa sexualmente del hijo del coronel. Sin embargo, aun reconociendo lo dañino que es la falta de arrepentimiento, es importante recalcar que las acciones de todos los militares en Ayacucho mostrados en la película fueron las mismas.
Reflexiones sobre el derecho a la verdad
Si algo nos muestra Magallanes es que no hemos logrado aún la paz pretendida por la justicia transicional en forma de la CVR. Las reparaciones, en su mayoría, no han llegado. Incluso si estas lo hubieran hecho, reducir la justicia a únicamente una reparación económica, como se ve en la película, es una visión simplista que ignora las experiencias y sufrimiento de quienes sufrieron el abuso de los grupos terroristas y el Estado.
De este modo, tal vez no sea únicamente Magallanes quien siente vergüenza. Ante una situación donde la violencia indiscriminada fue institucionalizada e invocar los derechos más fundamentales incomodó a quien gobernaba, tal esta tenemos miedo a reconocer la violencia porque nos haría cómplices. Reconocer las atrocidades las atrocidades cometidas durante el conflicto no molestan solo a quienes son penalmente responsables. La vergüenza no es propiedad exclusiva de aquellos que secuestraron, violaron y mataron a inocentes, sino que es necesario justificar y/u olvidar el haber estado de acuerdo con esas acciones.
Vivimos en una forzada normalidad en la que acabado el conflicto se ha ignorado a la víctima forzándole al olvido. Mientras los torturadores siguen en la vida pública, sin demeritar las sentencias logradas a muchos de ellos, se siguen esforzando en negar la lesividad de sus acciones. A más de veinte años del informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación hemos de analizar nuestra realidad, el actuar de los reguladores y los regulados, de los torturados y los torturadores, y preguntarnos si realmente se nos ha reconocido un derecho a la verdad o nos hemos conformado materialmente con un deber de olvido por la incomodidad que produce el recuerdo.
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