La otra cara de la moneda: el impacto negativo de los estereotipos de género y masculinidad hegemónica en la salud mental en los hombres
Autor Invitado - - 0 137 ViewsEscrito por Jimena Rayo Mondragon, excomisionada de la Comisión de Comunicación e Imagen Institucional del Equipo de Derechos Humanos y María Fernanda Ortiz, comisionada de la Comisión de Comunicación e Imagen Institucional del Equipo de Derechos Humanos. 1. Introducción
Tanto los hombres como las mujeres se han visto sujetos a lo impuesto por la sociedad a través de los estereotipos de género. Estos son entendido como las creencias y expectativas construidas por la sociedad que evidencian pautas de comportamiento de las personas en función al género que se les imponga. Este tema es de importante debate y ha sido materia de políticas progresistas que pretendan erradicar los estereotipos de género, pues que se ha comprobado que generan consecuencias a largo plazo para los menores que consumen estos ideales desde la temprana edad, ya sea en el hogar, en el colegio o hasta en la publicidad nacional.
Aunque gran parte de la problemática se centra en la afectación de las mujeres por estos estereotipos, se ha observado en la actualidad que cada vez es más evidente la afectación a los hombres debido a estos estereotipos de género, por lo que estos, al igual que las mujeres sufren consecuencias significativas y perjudiciales, que suelen no ser visibilizadas. En ese sentido, los estereotipos masculinos tradicionales, que exigen dureza emocional, autosuficiencia extrema y aversión a mostrar vulnerabilidad, tienen un impacto profundo en la salud mental de los hombres (Donat y otros 2013: pp. 23). La presión para cumplir con estas normas restrictivas puede desencadenar serias consecuencias y dificultades para buscar ayuda, puesto que lo ideal es no abstenerse a las mismas ni mostrarse en contra.
Cabe indicar que es menester resaltar que la figura de los estereotipos ha desarrollado un estándar al que los hombres deben fiel seguimiento: masculinidad hegemónica. Esta es un conjunto de estereotipos que definen lo que verdaderamente es ser “masculino”, por lo que cualquier conducta que evidencie una rebeldía a lo preestablecido supone un error o anormalidad (Connell y otros 2021: pp. 44). Asimismo, según Yubero y otros (2014), desde temprana edad, a los niños se les enseña que expresar emociones como la tristeza, el miedo o vulnerabilidad es un signo de debilidad, que la sociedad rechaza como característica de los hombres. Por lo que, se establecen expectativas de dureza y fortaleza hasta cierto punto violenta. Esta imposición o condición para “ser hombre” no solo lo muestra incapaz de desarrollar una inteligencia emocional sana, sino que también le impide formar conexiones emocionales profundas, debido a que eso es más femenino o son actividades que le corresponden a las mujeres y no a los hombres.
Es limitación en el correcto ejercicio de su libertad de hacer o no hacer debido a lo que la sociedad impone y divide como lo que debe ser para hombres y mujeres puede llevar al desencadenamiento de una serie de problemas de salud mental que no solo se quedan en la esfera personal de estos, sino que se trasladan fuera de la misma, perjudicando su vida social y los que están a su alrededor. A continuación, en el presente artículo se abordará los factores sociales y culturales que se encuentran detrás de los estereotipos de género y cómo estos impactan negativamente en la salud mental de los niños.
2. Los factores sociales y culturales detrás de los estereotipos de género impuestos a los hombres
Es de múltiple conocimiento de que el género tiene un marcado carácter social, debido a que este es construido en procesos de socialización de las personas. Es decir, en las experiencias que estos tienen desde que nacen hasta que finalmente fallecen. Asimismo, como mencionan Yubero y otros (2014), estas prácticas de socialización permiten la construcción de nuestra identidad de género como hombres y mujeres. En las que, históricamente se les ha atribuido ciertas características y comportamientos “ideales” que deben ser asumidos para quien se categorice como “hombre” o “mujer” según nuestra sociedad. El hecho de que los estereotipos de género sean una atribución previa supone una carga tanto para las mujeres como para los hombres, quienes son objeto de análisis en este artículo.
Ahora bien, esta atribución previa respecto al comportamiento ideal de los hombres es la masculinidad hegemónica que, como ya mencionó anteriormente, describe lo que implica será un “hombre” en la cultura actual, resaltando características como la dureza emocional, el siempre mostrarse autosuficientes, rechazo a la vulnerabilidad, entre otros. No obstante, es importante resaltar que todo tiene un origen o causa y, en este caso, son los factores sociales y culturales de los estereotipos los que perpetúan este fenómeno de la masculinidad hegemónica.
En la cultura occidental, se evidencian diversos factores como la actividad social en la infancia, la familia, cultura publicitaria, colegio y legislación nacional. Desde la edad temprana, los niños se encuentran sujetos a los roles establecidos socialmente, tales cómo el color que deben elegir, los juguetes con los que deben jugar, cómo se deben vestir, entre otros. Frente a esto se establece que los hombres siempre escogen el azul y optan por actividades “rudas” y evitan en la medida de los posible todo lo relacionado con lo femenino, puesto que ello rompe esta figura varonil a la que le debe respeto. Este proceso en la infancia supone un base que determinará el aprendizaje de los estereotipos de género y expectativas de las que será esclavo a lo largo de su vida.
Asimismo, respecto a la familia, a los hombres se los posiciona como los “proveedores del hogar”, aquellos que salen todos los días a trabajar temprano y regresan en la noche cansados luego de una ardua jornada laboral. A pesar de que se visualiza cada vez más que las mujeres también realizar esta labor, sigue estableciéndose como obligatorio para los hombres. Esto supone un problema, puesto que se empieza a desvalorizar el trabajo dentro del hogar, el cual supone las labores de cuidado y crianza de los hijos. Por lo que si un hombre opta por ello, se los califica de “mantenidos” sin importar la razón detrás de su elección, las cuales pueden ser debido a que prefieren pasar tiempo con sus hijos o porque su trabajo así lo determina. Este estereotipo ocasiona que los niños consideren que el único trabajo que debe ser valorado es el que se realiza fuera del hogar.
También, a los hombres desde pequeños se les caracteriza como aquellos que no deben mostrar sus sentimientos. Es decir, deben autocensurarse. Esto supone uno de los perjuicios más graves para la salud mental de los hombres (Lobato, 2022), puesto que desde que son niños se les imparte la idea de que “llorar no es de hombres”, lo cual genera que no desahoguen sentimientos reprimidos o, de hacerlo, lo hagan mediante otro tipo de actividades que no son sanas, en tanto estos deben estar en la total libertad de mostrarse tal cual son y reconocer que está bien llorar o sentirse triste.
Este tipo de factores no solo se evidencia en los colegios o en los hogares, sino que también en la cultura publicitaria, la cual los muestra como dominantes, agresivos, hipersexuales y temerosos al compromiso sentimental (Lopez, 2024). Esta clase de publicidades a las que los niños están sujetos ocasiona que adquieran ideas preconcebidas y las establezcan como ideales a su condición de hombres. Considerando también que, si se limitan a seguirlas, tendrán como consecuencia el reproche social.
Ese reproche social supone un limitante que origina que los niños crezcan tristes y sujetos a un régimen del que no pueden salir, sin verse perjudicados o categorizados con términos machistas, tales como “eres una niña”, “maricón”, “si haces eso, no eres hombre”. Los cuales evidencian un sesgo, en donde lo femenino es visto como inferior y criticable de seguir. Esto, según Geertz (s/f.), genera la idea de que ser mujer o realizar lo que hacen las féminas es malo o reprochable, puesto que pone en duda la masculinidad y valor como “hombre fuerte y reacio”, que es lo que se espera de los niños cuando alcancen la mayoría de edad.
Estos factores sociales y culturales que se han evidenciado en el proceso de desarrollo de la cultura occidental y de las experiencias que tienen los niños alrededor de su vida ,producto de la interacción social, han generado la construcción de estos estereotipos y posteriormente el aprendizaje de estos en lugares como el hogar y los colegios. Esto sin duda, ocasiona una serie de perjuicios para estos niños en su salud mental, ya que suponen limitaciones al desarrollo libre de su personalidad y de actividades por miedo al reproche o rechazo de la comunidad varonil. A continuación, en el siguiente subtema, se abordará más sobre este tema, las consecuencias que acarrea los estereotipos de género y la construcción de esta masculinidad hegemónica para los hombres.
3. Las consecuencias de la figura de la masculinidad hegemónica en la salud mental de los hombres
Las consecuencias de la figura de la masculinidad hegemónica en la salud mental de los hombres son significativas. Según Lazarevich y Mora (2009), aunque las mujeres reportan mayores tasas de depresión, ansiedad e intentos de suicidio, los hombres presentan una mayor prevalencia en el consumo de sustancias, accidentes y suicidios consumados. Estas diferencias sugieren que los hombres enfrentan los problemas de salud mental de manera distinta, lo que resalta la necesidad de abordar estas particularidades en las estrategias de intervención y las políticas de salud mental dirigidas específicamente a la población masculina.
Estos problemas abarcan una amplia gama de conflictos emocionales que surgen de la estrecha relación entre la masculinidad hegemónica y el poder de género. La presión constante para cumplir con este modelo dominante puede llevar a una vida caracterizada por tensiones y estrés, especialmente debido a las extensas jornadas laborales que muchos hombres enfrentan en roles profesionales y gerenciales. En consecuencia, la adherencia a las normas de masculinidad hegemónica rara vez resulta en una experiencia de vida verdaderamente satisfactoria (Connell & Messerschmidt, 2021, pp.53-54), ya que perpetúa ciclos de tensión y conflicto internos que impiden alcanzar un bienestar integral y auténtico.
Incluso, estas ideas, como que el hombre siempre debe mantenerse fuerte, sano y que pedir ayuda es signo de debilidad, generan que exista “la tendencia de las mujeres a expresar su malestar y a pedir ayuda, mientras que no se permite que los hombres manifiesten su debilidad hasta que no haya una enfermedad severa” (Pla Julián & Bernabeu, 2013, p. 25).
Por otro lado, el reforzamiento de estereotipos de género y las características de la construcción hegemónica de la masculinidad juegan un papel crucial en el aumento del consumo de drogas entre los hombres. Un estudio realizado a 142 estudiantes de telebachillerato en el Estado de Veracruz, donde el 52% eran varones y el 48% mujeres, reveló que el consumo de alcohol, drogas ilegales y tabaco era significativamente mayor en los varones (Vallejo-Alviter et al., 2023).
En este sentido, como señaló la Red Iberoamericana de Organizaciones No Gubernamentales que trabajan en Drogas y Adicciones (2019), la influencia de la construcción de género es innegable. El uso de drogas, tanto legales como ilegales, está más normalizado y asociado a la masculinidad, mientras que las mujeres enfrentan mayores consecuencias sociales y son más duramente juzgadas por sus familias si participan en estas conductas. Esta disparidad en las percepciones y consecuencias refleja la presión social y los estereotipos de género arraigados en la sociedad, que perpetúan una cultura que tolera más el consumo de drogas en hombres mientras castiga severamente a las mujeres que participan en estas prácticas, rechazándolas.
Asimismo, según García Villanueva (2017), existe una relación directa entre el uso de sustancias y ciertos conceptos asociados a la masculinidad hegemónica. Los hombres que adoptan rasgos de masculinidad considerados rudos, agresivos, impulsivos y problemáticos, tienden a recurrir más frecuentemente al consumo de drogas como una forma de demostrar su masculinidad frente a sus pares. Este comportamiento refleja cómo la presión por cumplir con los ideales de masculinidad hegemónica puede llevar a conductas de riesgo y adicción en busca de validación social y pertenencia a un grupo.
En el caso del desempleo, como señala Desjarlais (citado en Ramos), es evidente que este puede ocasionar graves afectaciones tanto en la salud física (problemas de desnutrición, hambre, enfermedades físicas y epidémicas) como en la salud mental, afectando tanto a hombres como a mujeres. Sin embargo, es importante considerar que culturalmente existe un rol asignado a los varones como proveedores, lo que puede agravar significativamente su salud mental en situaciones de desempleo.
De este modo, los hombres también son víctimas de la violencia estructural debido a la construcción social del género masculino, lo que tiene serias repercusiones en su salud y bienestar general. El modelo hegemónico de masculinidad genera incomodidad y malestar en algunos hombres, y fuertes tensiones y conflictos en otros, debido a las altas exigencias que impone. Aunque algunos hombres intentan distanciarse de este modelo, no es una tarea sencilla, ya que, aunque conlleva una carga significativa, también les permite acceder a poder ocupar posiciones más privilegiadas en comparación con las mujeres (Valdés y Olavarría, citado en Ramos, 2003).
Además, estudios han demostrado que existe una conexión significativa entre las enfermedades de salud mental y la situación de falta de trabajo. Esta relación es particularmente pronunciada en el caso de los hombres, debido a la presión cultural que enfrentan para ser los proveedores principales. La incapacidad para cumplir con este rol tradicional puede generar sentimientos de frustración, fracaso y disminución de la autoestima, lo que a su vez afecta negativamente su salud mental.
Esta situación se ve aún más complicada por factores de edad. Los hombres mayores de 40 años y los menores de 30 enfrentan mayores dificultades para acceder a empleos estables y bien remunerados, a menudo encontrándose con trabajos precarios que no satisfacen sus necesidades económicas ni las expectativas sociales de provisión. La lucha constante por encontrar y mantener un empleo adecuado, junto con la presión de cumplir con el ideal hegemónico de ser el principal proveedor, puede llevar a múltiples incidencias de estrés, ansiedad y depresión. Estas condiciones de salud mental no solo deterioran el bienestar individual de los hombres, sino que también pueden afectar negativamente sus relaciones familiares y sociales, agravando su situación y perpetuando el ciclo de vulnerabilidad y marginalización.
En síntesis, la influencia de la masculinidad hegemónica en la salud mental masculina es profunda y diversa. Desde la presión para cumplir con normas de comportamiento estrictas hasta los estereotipos que dificultan la expresión emocional y la búsqueda de ayuda, los hombres enfrentan desafíos únicos en su bienestar psicológico. La asociación entre la masculinidad y comportamientos de riesgo, como el consumo de sustancias, así como la relación entre el desempleo y la autoestima masculina, resaltan la complejidad de estos problemas. Abordar estas cuestiones requiere un enfoque integral que reconozca la intersección entre género, salud mental y condiciones socioeconómicas. Al desafiar las normas restrictivas de la masculinidad y promover entornos de apoyo y aceptación, podemos trabajar hacia una sociedad que fomente la salud mental y el bienestar de todos sus miembros, independientemente de su género.
4. Conclusión
En conclusión, la influencia de los estereotipos de género y el dominio masculino en la salud mental masculina ha sido históricamente menospreciada en comparación con la atención prestada a las mujeres. Los roles de género masculinos, que promueven la inexpresividad emocional y la negación de la vulnerabilidad, generan un peso psicológico notable. La presión para adherirse a estas normas de masculinidad comienza desde la niñez y configura una identidad masculina limitante.
La masculinidad dominante dicta un criterio riguroso que define lo que significa ser hombre, imponiendo límites a la expresión de emociones y al alcance de ayuda. Factores como la socialización durante la niñez y los roles de género familiares perpetúan estos estereotipos. Estas limitaciones pueden obstaculizar el desarrollo emocional sano y elevar el riesgo de trastornos mentales como depresión y ansiedad.
Incluso, estas implicaciones en la salud mental son profundas y se encuentran relacionadas a conductas de riesgo, como el consumo de sustancias, así como la relación entre el desempleo y la autoestima masculina. Así, reconocer cómo se entrelazan el género, la salud mental y las condiciones socioeconómicas es clave para un enfoque que mejore la salud emocional y psicológica de los hombres.
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